Interfaz de línea de comandos
Trabajo con aparatos, estudio con aparatos. Y los aparatos me hablan, me dicen cosas a los ojos. Hablarme a los ojos no es un capricho de éstos, ni una cosa aleatoria, sino que (por ahora) es la única manera más o menos eficiente que tengo para entender lo que me quieren decir. Por suerte para los aparatos yo tengo dedos y a los aparatos les gusta que les hablemos con los dedos, pues lo que para nosotros no es más que una musiquita plastificada, para los aparatos es lenguaje.
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El oso en el tejado (recopilación de microrelatos)
[1] Huye veloz, Círculo hambriento y frenético, del terrible octopípedo. Sólo la perla mayor hará retrodecer al fantasmagórico perseguidor. [2] Hay que saber por dónde empezar. Una abeja, un cordero, un roble. [3] Una moneda o dos, un cigarrito a veces, le dibujan una sonrisa que suena a agradecimiento. En su sombrero, único y fiel compañero entre el ruido y el frío de la vertiginosa avenida, lleva la esperanza del día.
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Brevísimas anécdotas ferroviarias
Caballero en metro quedó casualmente acomodado detrás y muy pegado de señorita cuyas dimensiones llaman a la vista de varios. Caballero disimula su placer con evidente experiencia. Caballero se da cuenta, al igual que el resto, que señorita no es tal (la antigua confusión entre “muchachita” y “mucha-chota”) y su rostro pasa del disimulo al espanto y busca huir, zafarse de la cercana condición de “apoyo” en la que se encuentra atrapado.
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Caravan serai
Especie de revival, de comienzo tardío, de resucitación a palazos. En casa suenan de fondo un saxofón y unas percusiones en bucle. Y las letras que llaman a la puerta de los dedos y los dedos que aman darle a los oídos el claptone plástico contra plástico y metal, como si de repente fueran también parte de la orquesta y uno que se enorgullece de un aire que no puede compartir con nadie (“el orgullo donde nadie pueda dudar de que lo tenés”), mirando de lado a lado a ver si alguno pasa y se da cuenta que estamos en pleno estado de “cable-jazz” (casualidad lingüística) con el perdón de vecinos, aves y monjes.
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Cállese, señor García
Por norma general, uno espera que el día -curioso cómo el significado de esta palabra siempre alude a otra cosa- comience por lo menos inmediatamente después que termina el día (o sea, el anterior). Sin embargo, hay días que insisten en andar como en cámara lenta, estirándose y comprimiéndose al compás de la relativa dependencia del tiempo con la gravedad, más precisamente de la gravedad del estado en que uno se encuentra a la hora misma en que el día ya debería haber comenzado hace rato.
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De los espacios (y los estados)
Brevísima reconstrucción de un artículo que no se publicó por causa noble, aunque también porque el autor tomó cierto rumbo del que no pudo salir, quedando enredado en su propio tren de pensamiemto, y que trataba (al menos eso creyó el susodicho) del tema del cual el presente artículo posiblemente trate, si es que los agentes etíliticos no interfieren en su producción: de la forma y el modo en que las redes sociales libres construyen espacios de expresión; de cómo usamos esas redes y su alcance; de otros asuntos que a nadie interesan.
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Experimentando con la mensajería instantánea
Científicos de todo el mundo están de acuerdo en que el ser humano tal como lo conocemos es incapaz de desprenderse de su equipo móvil. Según expertos, este fenómeno se observa cada vez con más frecuencia en los últimos años cuando la vida depende de enviar mensajes de la forma más simple, barata e inmediata posible. Los experimentos realizados han comprobado el detenimiento inminente de órganos principales ante la imposibilidad de enviar el texto deseado.
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