Caballero en metro quedó casualmente acomodado detrás y muy pegado de señorita cuyas dimensiones llaman a la vista de varios. Caballero disimula su placer con evidente experiencia. Caballero se da cuenta, al igual que el resto, que señorita no es tal (la antigua confusión entre “muchachita” y “mucha-chota”) y su rostro pasa del disimulo al espanto y busca huir, zafarse de la cercana condición de “apoyo” en la que se encuentra atrapado.
Por norma general, uno espera que el día -curioso cómo el significado de esta palabra siempre alude a otra cosa- comience por lo menos inmediatamente después que termina el día (o sea, el anterior). Sin embargo, hay días que insisten en andar como en cámara lenta, estirándose y comprimiéndose al compás de la relativa dependencia del tiempo con la gravedad, más precisamente de la gravedad del estado en que uno se encuentra a la hora misma en que el día ya debería haber comenzado hace rato.