[1] Huye veloz, Círculo hambriento y frenético, del terrible octopípedo. Sólo la perla mayor hará retrodecer al fantasmagórico perseguidor.
[2] Hay que saber por dónde empezar. Una abeja, un cordero, un roble.
[3] Una moneda o dos, un cigarrito a veces, le dibujan una sonrisa que suena a agradecimiento. En su sombrero, único y fiel compañero entre el ruido y el frío de la vertiginosa avenida, lleva la esperanza del día.