Especie de revival, de comienzo tardío, de resucitación a palazos. En casa suenan de fondo un saxofón y unas percusiones en bucle. Y las letras que llaman a la puerta de los dedos y los dedos que aman darle a los oídos el claptone plástico contra plástico y metal, como si de repente fueran también parte de la orquesta y uno que se enorgullece de un aire que no puede compartir con nadie (“el orgullo donde nadie pueda dudar de que lo tenés”), mirando de lado a lado a ver si alguno pasa y se da cuenta que estamos en pleno estado de “cable-jazz” (casualidad lingüística) con el perdón de vecinos, aves y monjes.