[1] Huye veloz, Círculo hambriento y frenético, del terrible octopípedo. Sólo la perla mayor hará retrodecer al fantasmagórico perseguidor.
[2] Hay que saber por dónde empezar. Una abeja, un cordero, un roble.
[3] Una moneda o dos, un cigarrito a veces, le dibujan una sonrisa que suena a agradecimiento. En su sombrero, único y fiel compañero entre el ruido y el frío de la vertiginosa avenida, lleva la esperanza del día.
[4] Cada día, al caer el Sol, sumergía sus manos como pétalos en la corriente. Tal vez, quién sabe cuándo, hallaría un tesoro.
[5] Empaparse la boca toda con el café de siempre cuando aún es de madrugada sólo para darse cuenta repentinamente de que no todo está perdido.
[6] El reporte del clima anunciaría lluvia. Para él, éste no es un dato menor. Nunca lo es cuando se está por asesinar a otro hombre.
[7] Llevaba un anillo extraño, talismán contra la hipocresía.
[8] Comprendió de inmediato que ya no había nada que perder.
[9] Una luz púrpura lo llenaba casi todo. La breve pausa, tentación de los más efusivos, dió vida al final de una melodía dulcemente desgarrodora.